Paula Senderowicz

El frente más luminoso, muestra una erupción de olas convulsas, la fuerza contenida se precipita al exterior. Una mirada atenta descubrirá, escondidos entre los pliegues líquidos
de la pintura, cuerpos arrasados entregados al erotismo y a la celebración del desconcierto. Mientras, una mujer da a luz la misma sustancia rojiza que la envuelve. En este entorno idílico exuberante, las figuras bailan, se funden en la materia  y nos invitan a hacer lo mismo.
Del otro lado, lenguas infernales amenazan con la oscuridad, componen un paisaje donde
el tiempo ya es otro, o es el mismo que se va extraviando. Lo sacro es profano, el paraíso
se muerde la cola, y los hombres se ven forzados a observar las condiciones de su  existencia y sus relaciones recíprocas. Asoma el color crudo de la tela como el  vacío por
donde se cuelan misterios. 
Estas imágenes podrían ser la antesala de un cataclismo, algo que recuerda aquella noción de Deleuze con la que tanto me identifico: la catástrofe afecta el acto de pintar en sí mismo.